Ahora que está todo detenido, todo menos el tiempo, vemos pasar los días, días que creemos vacíos, inútiles, sin motivo; días que aburren más o menos, días que intentamos llenar haciendo uso de una creatividad que antes dormía.
Miramos las horas y tal vez pasen más despacio, como riéndose de nosotros, de nuestra nueva situación.
Deambulamos por las fases que nos trae nuestro continuo presente. Un presente que parece no tener futuro por la maldita incertidumbre. Nada que apuntar en la agenda, nada que pedirle a Siri como recordatorio, nada en lo que soñar a corto plazo. Estamos tan acostumbrados a saber, a calcular, planificar, a vivir en eso que pasará mañana y resulta que mañana no trae nada nuevo.
De pronto, según continúan pasando los días con ese empeño que no tiene remedio, nos sumergimos en una burbuja y ya no buscamos un mañana, ni siquiera intentamos sobrevivir al hoy. Es una burbuja que nos envuelve, que nos hace sentir a gusto en medio de este sinsentido. Huimos de las teorías, de las incapacidades políticas, del constante no aprender del ser humano. Nos volvemos a refugiar del otro porque no entendemos, seguimos sin entender y nos abrigamos con la soledad que sí que recibimos de forma constante aunque sea de manera forzosa. Respiramos, respiramos, respiramos… Miramos dentro, lo hacemos hacia fuera pero en realidad no queremos saber nada, nada, nada… por lo menos a mí me pasa.
No quiero escuchar las noticias, no quiero saber cuándo llegará la solución de manos de alguien que sacará provecho. No quiero saber cómo me siento, mucho menos cómo te sientes. Quiero que me dejen en paz, quiero nadar en el vacío del desconocimiento, ahí, metida en mi burbuja. Tengo miedo… y vuelvo a pensar en el futuro asustada por no saber si esto será una afección perpetua, y cuando hablo de «esto» me refiero a estar dentro de la burbuja. Desde ella me veo y no me gusto; desde ella te veo y sé que te equivocas; desde ella profundizo en mi interior y sé que soy de todo menos perfecta, pero soy, soy, soy aunque pasen los días ignorantes de todo; aunque sienta esto extraño que me apuñala el corazón… Soy, soy y sigo siendo, como si ser en este momento fuera una maldición, y no entiendo. No entiendo pero tampoco quiero entender.
No solo tengo que llenar mi tiempo, también soy responsable del tiempo de los que viven conmigo, incluso de algunos que no lo hacen, pero que habitan mi corazón. Asomo la cabeza por el único recoveco de mi esponjosa burbuja, quiero ver aunque sea por un segundo desde fuera, pero me encuentro con el otro y veo que aún desde fuera se equivoca, y no entiendo. Me pregunto por qué no lo hago, por qué el otro continua siendo un misterio para mí. No, no me gusta este sentimiento y vuelvo a meter la cabeza en mi refugio fantasma. Los segundos se van y con ellos mis segundos… mi vida, la existencia de la humanidad. De qué estamos hechos, para qué estamos hechos, cómo transcurro por este segundo siendo tan solo un grano más en este vasto universo, siendo uno más de esos hermanos a los que no entiendo, no entiendo, no entiendo…
Anoche bailamos. Escuché canciones, seguí su ritmo. Bailé de la mano de mi esposo, de mi hija. Me obligué a salir de la burbuja para encontrarme con sus pieles, para sentir las vibraciones en mi interior y, de pronto, volvió a ocurrir. Cerré los ojos, me dejé llenar, empujé hacia atrás mi refugio dejándome llevar y me di cuenta de que no necesitaba más, en ese preciso instante estaba todo, todo, todo: la felicidad más grande… ser en ese momento… El regalo no merecido: respiraba y sentía… Respiré, respiré… Ser en ese segundo, mirarlo con atención, vivirlo sin ataduras… Me rompí en medio de esa fracción de tiempo y el tiempo perdió su significado. Ya no me aterrorizaba verlo pasar porque, sencillamente, yo pasaba con él, para él, en él.
¿Entiendes?