Me sumerjo sin querer en un mar de dudas y me ahogo en el desconsuelo de este alma que es mía no por elección.

Tengo miedo. Miedo de perderme, de que la falta de certeza me lleve poco a poco al vacío del sinsentido.

Me enfrío, lo hago cada vez más. La llama se apaga y no encuentro la fuente de luz para encenderla.

Tengo miedo. Miedo a que no me importes ni tu ni nadie. Miedo a reconocerme tanto que ya no haya nadie más.

Me aprieto el cuello con saña esperando sentir algo y me lleno de ira.

¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?

Mire a donde mire allí está el vacío.

El vacío de la guerra.

El vacío de la violencia.

El vacío de aquellos que se creen más.

El vacío original del no me importa, y grito.

Le hago preguntas al vacío en un intento vano de encontrar una respuesta, pero…

La lógica no tiene lógica,

Los motivos no tienen motivo y entonces… vuelvo a sentir.

Se aviva la llama y mi alma se obliga a despertar.

Grito, grito, grito.

¿Dónde estás?

¿Dónde están tus ojos?

¿Dónde tus oídos?

¿Dónde tu obrar?

Me falta el aire.

Sólo hay silencio.

Cierro los ojos y los aprieto al borde de la locura, y veo sangre.

Sangre en el suelo, sangre en las calles, sangre en el alma.

¿Quiénes somos?

¿De qué somos capaces?

Me avergüenzo de nuestra raza y le grito al silencio.

No, no puedo dejar que no me importe, no quiero.

¡Despierta! ¡Despierta, joder, despierta!

Esa lucha constante de los demás contra la sensibilidad no es más que una patraña.

Burla, burla… ¿Te burlas de qué?

Déjame sentir como siento y no te avergüences de ti mismo poniéndome contra mí, porque más allá de ser una debilidad…

Soy fuerte.

Sentir, sentir… te lo grito:

¡¡¡SENTIR!!!

Pero no sentirme a mí, no, sentir al otro.

Importarme, siempre.

Vivir a través de una sensibilidad que me haga uno contigo, con todo.

No, no quiero perderla, perderme.

Y sigo buscando…

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